Afirmaciones como «quien amenaza con que se va a matar no lo hace», «hablar de suicidio incrementa el riesgo» o «los niños no se suicidan» son algunos de los principales mitos respecto a esta conducta, segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 19 años y que afecta principalmente a los varones.
Afirmaciones como «quien amenaza con que se va a matar no lo hace», «el que se suicida está atravesando una depresión», «hablar de suicidio incrementa el riesgo» o «los niños no se suicidan» son algunos de los principales mitos respecto a esta conducta, explica la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) en vísperas de día mundial para la prevención de este fenómeno, la segunda causa de muerte entre adolescentes de 15 a 19 años.
«Es imperioso que el equipo de salud trabaje con la familia y con el entorno del paciente sobre estas afirmaciones falaces para lograr un mayor abordaje y un mejor resultado del tratamiento», dijo el prosecretario del Comité de Adolescencia de la SAP, Fabio Bastide.
La persistencia de estas creencias erróneas «afectan las acciones de prevención y también aquellas intervenciones ante el duelo por un fallecimiento por suicidio» y en particular aquellas falsas creencias que desalientan la conversación sobre el tema son muy nocivas porque «hablar del suicidio es un primer paso para prevenirlo», añadió.
El documento exhorta a madres, padres, educadores y otros referentes adultos «a prestar atención a aquellas señales que podrían estar advirtiendo sobre los riesgos de su ocurrencia», tales como cambios de humor, enojo reiterado, tristeza persistente, problemas graves en la escolarización, dificultades en el sueño o con la alimentación o ambos, aislamiento y retracción continua y desconexión del grupo de pares.
La presencia de alguno o varios de estos signos «deben despertar la sospecha y motivar la consulta con el especialista» en salud mental, sostuvo la SAP.
El suicidio es la segunda causa de muerte adolescente (18,6%) después de los accidentes (23,8%) según el informe «Mortalidad de 0 a 19 años» publicado por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) en 2021 con datos de 2019 que destaca que «casi 2 de cada 10 adolescentes de 15 a 19 años fallecidos, mueren por suicidio».
Además, explica que es en esa franja etaria que este comportamiento tiene su mayor incidencia siendo más importante entre varones que entre mujeres como causa de muerte.
‘Suicidio, hablarlo es prevenirlo’ se llama el documento elaborado por los Comités de Estudios Permanentes del Adolescente y de Salud Mental y Familia de la SAP, que establece que el suicidio es un fenómeno multicausal en el que interactúan factores de orden individual, familiar, comunitario, social y político; y que, como comportamiento abarca no sólo «la consumación del acto (con o sin éxito)», sino también «la ideación suicida, la elaboración de un plan y la obtención de los medios para hacerlo».
«Cuando nos enfrentamos a un suicidio consumado o a un intento de suicidio, encontramos que los distintos actores cercanos a la víctima, como padres, amigos, maestros, médicos y psicólogos, lo viven con culpa y se reprochan no haber estado atentos a las señales de alerta», afirmó la Secretaria del Comité Nacional de Adolescencia de la SAP y médica pediatra Nora Poggione.
«Hablar del tema no activa la idea del suicidio, sino todo lo contrario. Que los jóvenes puedan expresar libremente sus sentimientos es una forma de comenzar a resolver el problema. No hablar y mantenerlo oculto incrementa el riesgo», sostuvo, por su parte, el secretario del Comité de Familia y Salud Mental de la SAP, Hugo Gauto.
Particularmente el documento promueve que el equipo de salud genere un ambiente propicio para que, en un lenguaje sencillo y claro, con respeto y explicitando confidencialidad, realice preguntas directas al paciente como por ejemplo si ha pensado alguna vez en hacerse daño, con qué frecuencia, si se trata de pensamientos suicidas o si pensó en cómo llevarlo a cabo.
«Una vez que el profesional logró este nivel de diálogo, la tarea clínica recién comienza, pero ese avance es importantísimo», consignó el prosecretario del Comité de Familia y Salud Mental de la SAP y psiquiatra infanto-juvenil, Juan Pablo Mouesca.
El informe consigna además que «se producen 20 intentos por cada suicidio consumado», que «los intentos de suicidios son más frecuentes en mujeres que en varones en relación 4 a 1», aunque «los varones son más efectivos en su letalidad».
«Al analizar la evolución de la tasa de suicidios en población adolescente, se constata en los últimos años un crecimiento relativo de la mortalidad por suicidios debido a la disminución de accidentes y muertes en la vía pública, probablemente relacionada con el aislamiento social durante la pandemia, aunque en números absolutos los suicidios están en disminución», dijo Bastide.
Entre los factores que podrían predisponer a una conducta suicida, la SAP mencionó la existencia de antecedentes familiares o personales de intentos de suicidio, violencia intrafamiliar -incluyendo abuso físico y sexual-, escasa o pobre comunicación entre los integrantes de la familia, frecuentes cambios de domicilio, autoritarismo y pérdida de la autoridad entre los progenitores o desautorizaciones mutuas persistentes entre ambos.
También dificultades para demostrar afecto, identificación e idealización de figuras o íconos adolescentes que han cometido suicidio o que se hayan muerto, y hacinamiento con convivencia en espacios pequeños que afectan a la intimidad de los miembros de la familia.
Como «factores desencadenantes» se enumeran un divorcio-separación de los padres, muerte de seres queridos, duelo prolongado o patológico, problemas escolares graves de conducta o dificultades de aprendizaje, bullying y discriminación de cualquier tipo.
Otros desencadenantes pueden ser enfermedad mental, alcoholismo, adicciones, psicosis o trastornos severos de la personalidad o del estado de ánimo de alguno de los progenitores o convivientes. En estos casos, la falta de cuidado, la transmisión de desesperanza, el pesimismo y la falta de motivación pueden desencadenar conductas suicidas.
«También se encontró una mayor frecuencia de acontecimientos suicidas en aquellos niños, niñas y adolescentes expuestos a mudanzas, partidas de algún miembro de la familia, muerte de un ser querido, cambios de colegio, rupturas sentimentales o del grupo de amigos y modificaciones en la vida familiar, como la jubilación o enfermedad de unos de sus miembros», agregó Mouesca.
En contrapartida, los especialistas destacaron que existen «factores protectores», como que estén satisfechas las necesidades básicas del grupo familiar, la buena comunicación entre sus miembros, con intercambio de sentimientos y afectos, religiosidad y/o espiritualidad, realización personal, capacidad para aceptar la realidad, estrategias positivas de afrontamiento y de resolución de problemas y apoyo familiar, escolar, de pares, comunitario, social y político.