La sobrepesca y el cambio climático amenazan al krill antártico; experto enseña porqué debe ser protegido

Cuerpo naranja, ojos del mismo color, dos antenas y tamaño diminuto. Nada diferencia a uno del otro. Y, lo que es peor, su lugar está en el fondo de la cadena alimenticia. Eso le cae como un cachetazo a Will, quien convence a su amigo Bill para dejar el cardumen y buscar una manera más interesante de vivir. Will y Bill —con las voces de Brad Pitt y Matt Damon— son dos krilles en Happy Feet 2, una de las pocas representaciones culturales que le hacen honor a este pequeño crustáceo que el 11 de agosto celebró su segundo día internacional.

Al igual que en la película, los krilles están lejos de ser predadores en las aguas de la Antártida. Pero eso no los hace insignificantes. Al contrario, ese es su mayor valor. “Todas las especies que están sobre la playa volando o debajo del agua comen krill o algo que come krill. Todos dependen de él”, cuenta Rodolfo Werner, experto de Antarctic Southern Ocean Coalition (ASOC) y asesor científico en el Proyecto de Conservación del Krill Antártico. Esto sin contar que ese animal de máximo seis centímetros y poca prensa es codiciado por su alto contenido de Omega 3, aminoácidos, ácidos grasos y fosfolípidos, en minerales y vitaminas.

EL SOBERBIO.

Hay 80 especies de diminutos crustáceos a los que se les llama krill y se parecen a un camarón. Una de ellas, para la alegría de Will y Bill, se destaca del resto: Euphausia superba o krill antártico, que es la que alcanza la mayor longitud y la mayor concentración alrededor de la Antártida. “Se calcula, seguro que con un gran error, que hay entre 400 millones y 500 millones de toneladas”, apunta el biólogo marino.

Para más datos, el krill vive en cardúmenes que se mueven gracias a las corrientes marinas, olas y vientos. Se reproduce de enero a marzo y vive un promedio de tres años. Las hembras ponen miles de huevos que se distribuyen en profundidades de hasta dos mil metros. Una vez que eclosionan, pasa por 11 estadios larvarios. A medida que crece, sube por la columna de agua hasta alcanzar las diatomeas, algas unicelulares que están pegadas al hielo marino, de las que se alimenta recordándole a Werner a “vacas pastando”. Luego viene la parte que ya se conoce: el krill es la comida de pingüinos, albatros, focas, ballenas, lobos marinos, calamares, peces y más. Para algunas especies representa entre el 80% y el 90% de su alimentación —los dientes de la foca cangrejera tienen modificaciones para filtrarlo de mejor manera—. Todos penden del hilo de su sobrevivencia.

“El punto está en que la pesquería de krill hoy se concentra en la zona de mayor distribución. Entre la Antártida oriental, las Islas Orcadas del Sur y las Islas Georgias del Sur se calculan unos cinco millones y medio de toneladas”, explica. E ilustra sus efectos: “Es como si vos vas a un supermercado y, en vez de sacar una lata de cada góndola, sacás todas las latas de la misma góndola”. En este sentido, aquellos millones y millones de toneladas moviéndose a nivel circumpolar no son un recurso inagotable.

Ante la presión de organismos internacionales, se modificaron los límites de captura. Primero se podían extraer 620 mil toneladas de krill sin importar si era en la misma bahía —la misma góndola—, luego se determinó que esa cantidad se dividiera en cuatro áreas. La que corresponde a la Península Antártica (la que se extiende desde el continente blanco hasta el punto más austral de Sudamérica) tiene un máximo de captura de 155.000 toneladas al año. “Se saca todo”, advierte Werner.

Y añade: “Es importante saber cuánto, dónde y cuándo se hace la pesca porque si vos sacás krill en una zona muy cercana a la costa que es utilizada por determinadas colonias de pingüinos durante la época de cría de los pichones tiene un impacto mayor que si se hace en alta mar”.

Por tal motivo, la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA) persigue la creación de áreas marinas protegidas para establecer prohibiciones de pesca o limitaciones según las áreas, aunque no ha sido una tarea fácil (ver recuadro). “Hace varios años que existe la politización del Comité Científico —el que decide la adopción de medidas de conservación por consenso— por lo que estamos trabados con diversos temas”, apunta Werner.

CAMBIO CLIMÁTICO.

El krill no se escapa a los efectos del cambio climático. ¿Recuerda al krill que pasta como una vaca? La Península Antártica es una zona muy expuesta a los vientos, a las corrientes y al aumento de la temperatura del aire y del agua. Estos factores reducen la cantidad de hielo marino. “En invierno se congela menos superficie de mar y dura menos tiempo”, explica el biólogo marino. Con menos hielo, menos alimento para el krill y, por lo tanto, menos krill para alimentar al resto del ecosistema. “Si a esto le pescás encima, claramente no hay que ser muy inteligente para decir que esto no está bien”, agrega.

Aquí no hay buenas noticias. Un informe de la Universidad de Yale y de dos centros científicos chilenos determinó que la disminución del hábitat del krill alcanzará hasta un 80% en un plazo de 75 años. La población de krill adulto ya se ha reducido entre un 80% y un 90% desde la década de 1960.

Los modelos climáticos predicen que la corriente de Aguas Profundas Circumpolares se calentará de 1 a 1,5 grados al final del siglo. Esto hará que los huevos de krill se desarrollen más rápido, no se sumergirán tan profundo bajo la superficie y eclosionarán antes, aumentando las chances de no sobrevivencia.

Con todo, el krill es clave en el combate al cambio climático. No reduce directamente el dióxido de carbono pero participa en los mecanismos que tiene el océano para transportarlo y retenerlo en las capas profundas (esto se debe al proceso de fotosíntesis seguido de excreciones que transportan el carbono hasta el fondo marino). Las masas de krill eliminan de la atmósfera una cantidad de carbono equivalente a las emisiones de 35 millones de automóviles al año, según una investigación de Changing Markets Foundation.