«Decidí ser maestra porque era una carrera en la que los niños eran la materia prima, gracias a Dios que no me equivoqué, es la mejor decisión que tomé en mi vida, junto a la de ser mamá”

Amalia Agüero comenzó a estudiar para ser maestra de grado cuando ya tenía más de 30 años. Desde que se recibió, no paró. Ejerció en más de 24 establecimientos escolares de Catamarca, hasta que hace 6 años llegó a la Escuela 476 ubicada en la comunidad indígena de El Tolar, donde es directora, madre, intendenta, enfermera, cocinera, ordenanza y gestora de la campaña “Un Camino para El Tolar”.

A sus 56 años, contó que éste será el último que ejercerá la docencia porque está pronta a jubilarse y por lo tanto el último Día del Maestro que festejó. “Decidí ser maestra porque era una carrera en la que los niños eran la materia prima, gracias a Dios que no me equivoqué, es la mejor decisión que tomé en mi vida, junto a la de ser mamá”, cuenta a Catamarca/12.

Su experiencia como maestra comenzó hace 18 años. “Trabajaba de empleada doméstica, tenía dos hijos y decidí estudiar, tratar de superarme porque ya tenía alguien que venía detrás de mí. Para ese entonces mí esposo se había ido a Buenos Aires y nunca más volvió”.

Cuenta que trabajó en 24 escuelas, casi todas en zona inhóspita. “En Catamarca tenemos escuelas de periodo común, donde se trabaja de marzo a diciembre y las escuelas de periodo especial de agosto a junio, así que cuando me quedaba sin trabajo pasaba al otro periodo. De los 18 años que hace que trabajo, hace cuatro que estoy efectiva en esta escuela y recién entonces supe lo que eran las vacaciones”.

Cómo llegó a El Tolar

Amalia explica que cuando tomó el cargo en El Tolar, lo hizo porque hacía 7 días que se había quedado sin trabajo. “No tenía idea adónde era, sólo sabía que nadie quería ir por lo difícil del viaje”, explica y agrega: “A mis 53 años por primera vez me subía a un burro. Recuerdo que viajamos como una hora y el animal me tiró. Estuve unos veinte minutos para recuperarme del golpe y del susto. Gracias a Dios, tomé la decisión de levantarme, subir y seguir, porque era eso o quedarme sin trabajo”.

El Tolar está ubicado a 3.200 metros sobre el nivel del mar y a casi 450 kilómetros de la capital catamarqueña. Pertenece a la comuna belicha de Puerta de Corral Quemado. Ahí vive una comunidad indígena de aproximadamente 90 personas, de las cuales 27 son niños que asisten a la Escuela 476, fundada hace 87 años.

El paraje más cercano se denomina El Trapiche y está ubicado a 20 kilómetros, pero para poder acceder desde un pueblo al otro, es necesario hacerlo a pie o a lomo de burro o de caballo, porque no hay caminos.

Rezando todo el camino

Aunque explica que por el miedo que sintió rezó todo el camino (entre 9 y 10 horas), asegura que “arriba (en el pueblo) conocí unos niños maravillosos, una comunidad carente de todo lo básico, y me puse al servicio de ellos”.

En el pueblo, además de no tener un camino de ingreso, “falta de todo”. El agua deben descongelarla del río para poder beberla, no llega el gas y por eso se cocina a leña, y la energía es por paneles, que hace poco sirvieron para que les habilitaran un calefón y que los chicos pudieran bañarse con agua caliente en el invierno. “Tomamos agua directamente del río y pasan varios días que no tenemos porque se congela, como podemos la juntamos en un tanque para que no nos falte”, cuenta.

Un camino para El Tolar

La gestión más importante que hizo Amalia por los 27 alumnos y toda la comunidad es la campaña a la que denominó “Un camino para El Tolar”. Su pedido inició en el año 2017, y la respuesta les llegó finalmente este año, con la visita del gobernador Raúl Jalil en marzo, quien decidió abrir el inicio de clases en esa Escuela y darles la noticia de que pronto no habría que viajar más a lomo de burro para poder llegar.

“Empecé a pedir el camino en 2017 con una carta que escribí para el presidente Mauricio Macri. Sé que se hizo un expediente y continué pidiendo por la página que sirvió para que ayude mucha gente, como cuando desde Rosario de Santa Fe se comunicaron y nos dieron los paneles solares”, relata Amalia.

“Veo a la docencia como una necesidad de servir. Estar atenta a las necesidades de los niños, querer que se superen, que se profesionalicen y vuelvan a su lugar, porque estoy segura que no habría mejores maestros que ellos para su comunidad”, explica la directora.

Tres semanas arriba y una abajo

En la escuela además de Amalia trabajan dos maestros de grado, tres maestras especiales y una docente de nivel inicial: Cristina Cardozo, Cecilia Rodríguez, Gustavo Ibáñez, Irana Requelme y Desiderio Ríos quien realiza servicios generales.

“Trabajamos tres semanas incluido sábados y feriados, y bajamos una que coincide con la semana de cobro. Para llegar, ella debe hacer 24 horas de viaje, ya que su casa está en la capital provincial. Entre la ida y la vuelta hasta su lugar de trabajo, gasta 14 mil pesos, que corresponden a los pasajes de colectivos y al alquiler de los burros y caballos que deben ser más de uno porque en sus lomos cargan los alimentos para el comedor.

Sacrificio

Amalia relata que para poder ser maestra en ese lugar, debió dejar a sus hijos solos durante mucho tiempo. “El desarraigo no es sólo para la mamá que es maestra y se va, también sufren mucho los hijos, en 18 años mi hijo nunca dejó de ir a despedirme y a esperarme cuando regreso”.

La docente cuenta que tiene 2 hijos varones. “El mayor está a punto de recibirse de ingeniero, trabaja y estudia en Buenos Aires y el otro está terminando la secundaria. El más grande tiene 28 y el más chico 24, los dejé para salir a trabajar cuando tenían 12 y 8 años, quedaron casi viviendo solos porque yo los dejaba los domingos y volvía los viernes a la noche”.

Recuerda que en una de esas veces que se ausentaba para poder trabajar, “un día me quedé aislada por la crecida de un río y no pude volver por veinte días y ellos pasaron hambre. Pero eso fue lo que los marcó, salieron a pedir mercadería fiada en el negocio del barrio y aprendieron ellos a cocinar y salir adelante, porque antes yo les cocinaba para toda la semana y les dejaba frizado”.

A meses de jubilarse, Amalia reconoce que “A caballo antes hacía en nueve horas para llegar a la escuela, pero ahora me demoro mucho más. Mi mente quiere muchas cosas pero ya el cuerpo marca los límites, me canso mucho más”, dice y lamenta que el camino vaya a llegar cuando ella ya no pueda usarlo. Sin embargo, resalta: “Si tuviera que elegir una y mil veces volvería a elegir mi profesión y mi bella Escuela N° 474 de El Tolar”.