El papel del hornero, que tiene menos de 4 años en la calle, puede comprar solamente a 5,10 dólares. El efecto de la inflación y la pulverización del poder adquisitivo de la moneda

La Argentina lo hizo de nuevo: su billete más alto es, al mismo tiempo, el que menos vale. Al igual que en otras circunstancias de su historia económica, la inflación se devoró el poder adquisitivo del dinero que los argentinos llevan en sus bolsillos. El billete de 1.000 pesos hoy equivale a 5,10 dólares según la cotización libre de 196 pesos. Con esa cifra, se transformó en el billete de menor valor en dólares de todo América Latina en comparación con los de mayor denominación de cada país. Su similar de Haití, el billete de 1.000 gourdes, vale 9,90 dólares. Después de atravesar la pandemia, un terremoto y un huracán que arrasó su capital, Puerto Príncipe, los haitianos tendrán este año según el FMI una inflación del 15%, la tercera parte de lo que esperan los analistas locales para la Argentina.

Los países cuyo billete de mayor valor tiene una equivalencia más alta en dólares son Perú (USD 50,09), México (USD 49,49) y Uruguay (USD 45,73). Entre los países vecinos, el billete de 200 bolivianos equivale a USD 28,98, el de 100.000 pesos chilenos a USD 24,80 y el de 100.000 guaraníes de Paraguay a USD 14,49.

No hace falta explicar que todos estos países han atravesado la pandemia y, en algunos casos, graves crisis políticas o sociales, como es el caso de Chile o Perú. Pero todos tienen algo en común: una inflación de solamente un dígito desde hace por lo menos 15 o 20 años. Entre los países mencionados, el de inflación más alta en 2020 fue Uruguay (9,4%). Los de menor aumento de los precios al consumidor fueron Perú (2%) y Bolivia (0,7%).

Un caso particular fue el de Brasil. Su billete de 200 reales, que equivale a USD 35,93, fue lanzado en septiembre del año pasado empujado por las urgencias de la pandemia y reemplazó al de 100. Según explicó el presidente del Banco Central brasileño, Roberto Campos Neto, “en momentos de incertidumbre es natural que las personas busquen la garantía de una reserva en dinero”. Es decir, el billete de 200 reales fue lanzado porque en el temor de una crisis repentina hizo que los brasileños decidieran ahorrar en moneda local y en efectivo. Ambas cosas, impensadas para la Argentina.

El único país de la región que atraviesa un proceso hiperinflacionario es Venezuela, cuya escalada de precios en 2020 llegó a 2.959 por ciento. En los últimos años, hizo varias modificaciones de su familia de billetes. La última de ellas, denominada “Nueva expresión monetaria”, comenzó a regir el pasado 1° de octubre y le quitó 6 ceros a la moneda. Su billete de mayor denominación es de 100 bolívares, que hasta hace poco era de 100.000.000 de bolívares. Equivale a USD 23,43 aunque es difícil predecir por cuánto tiempo: la inflación acumulada en los primeros nueve meses de este año es del 531 por ciento.

¿Hacen falta nuevos billetes?

Más allá de las particularidades de cada economía, la Argentina ve perder nuevamente el poder adquisitivo de su billete más grande y enfrenta el mismo debate que pocos años atrás: ¿hace falta un billete más grande que el de $1.000? El Gobierno no terminó de dar señales claras sobre sus planes en ese sentido. Un dato que refleja esa discusión es la provisión de billetes al mercado; se fabrican mayor cantidad de billetes de alta denominación que de baja, mientras que si no hubiese inflación, debiera ser al revés.

En los primeros meses del año, el BCRA sacó a la calle 290 millones de billetes de $1.000 y 162,5 millones de billetes de $500. En el mismo período, la cantidad de billetes de $200 y $100 se redujo , mientras que apenas aumentó la de billetes de $50 (63,3 millones de unidades) y $20 (7,3 millones). En un contexto de crecimiento de los pagos digitales, la inflación gana la carrera y demanda más billetes altos.

Según un estimación realizada por Infobae en base a los precios ofertados por los supermercados, con 1.000 pesos en 2011 era posible llenar un changuito con casi 60 productos de primeras marcas, incluyendo varios kilos de carnes, verduras, alimentos básicos, bebidas y productos de higiene y limpieza. Repetir la misma compra en la actualidad costaría más de 18.000 pesos. Con un billete de $1.000, hoy solo alcanza para un kilo de asado, un pote de queso crema y un kilo de sal. O para una única botella de aceite oliva de 1 litro.

En el mismo sentido, un informe de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA) comparó cuántos productos para el desayuno se podían comprar con el billete del hornero en 2017 y en la actualidad. Con $1.000 en diciembre de 2017 se podían comprar 10 paquetes de café molido de 500 gramos ($97,70), hoy sólo 2 ($401,04); o bien 46 kilos de azúcar, mientras que hoy solamente 13 kilos ($78,15). Antes alcanzaba para 21 paquetes de pan de mesa, ahora sólo para 6 ($163,33).

“En cuatro años el billete de $1.000 perdió la capacidad de comprar 8 paquetes de café, 132 tazas de leche, 33 kilos de azúcar, 15 paquetes de pan lactal, 17 paquetes de manteca, 20 potes de dulce de leche o 47 kilos de naranjas”, afirmó David Miazzo, economista jefe de FADA.

Cuando comenzó a circular el actual billete de $1.000, el 1° de diciembre de 2017, el dólar valía $17,55, por lo que el mayor billete argentino servía para comprar 56,90 dólares. La inflación de ese año fue 24,8 por ciento

Una discusión encendida por entonces no era sobre su poder de compra sino sobre su ilustración: un hornero, en el marco de la línea de imágenes de animales que reemplazó la tradición de los próceres. Ese debate no parece tener lugar en otros países, donde el papel moneda es adornado tanto por figuras célebres como por paisajes o fauna. En el nuevo billete de 200 reales se ve el lobo colorado (lobo-guará, en portugués), manteniendo la idea de poner animales en los billetes desde el lanzamiento del real, en 1994. Los gobiernos de Lula da Silva y su Partido de los Trabajadores no vieron necesidad de cambiarlos; incluso, los renovaron con las mismas imágenes para hacerlos más seguros.

En la Argentina, el armado de la familia de billetes a menudo se rige más por decisiones políticas que por cuestiones técnicas. La persistencia de no lanzar un billete superior al de $100 durante el la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner generó dificultades en la provisión, que obligó a importarlos en 2010, justamente desde Brasil, dado que la Casa de la Moneda no podía imprimir la cantidad necesaria. Los billetes de $100 llegaron a representar el 70% del total del circulante y la tarea de recarga de los cajeros automáticos nunca daba abasto.

Tanto el Banco Central como la Casa de la Moneda admitían que hacía falta un billete más alto, pero la decisión personal de la ex presidenta archivó la idea. Tenía un doble objetivo: por un lado, evitar que un billete superior (como el de $500 que llegó en 2016) fuera interpretado como una admisión del impacto de una inflación creciente. Al mismo tiempo, el reemplazo de la figura de Julio Argentino Roca por la de Eva Perón, cuyo billete fue lanzado en 2012, tenía un significado político que no quería desaprovechar.